Thursday, May 15, 2008

ISMAEL RIVERA - LAS TUMBAS

Un condenado llegó a mediar en el infierno (Jails in Venezuela)



(Este trabajo fue publicado en la Revista Contrabando del mes de mayo de 2008. Esta es una versión del texto un poco más larga).

En corto, José Argenis Sánchez se hizo malandro a los 15 años, eliminó a todos sus enemigos del barrio. Cayó en prisión. Allí conoció a Dios. Luego se hizo pastor evangélico. Luego logró la paz entre las bandas de la cárcel de El Rodeo. No obstante el relato de Chargenis desafía las leyes de la violencia, curva el tiempo y el espacio, resquebraja los adjetivos, en su paso sereno de temible criminal a hacedor de paz, se hace cuento vivo que empieza, como muchos otros, con un encuentro fortuito

Víctor Hugo Febres Jaramillo.

Charjenis conoció por primera vez a Dios bajo el silbido de las balas 7 milímetros que expedían los fusiles FAL de la Guardia Nacional, y que se estrellaban en una pared a la altura de su cabeza, en desesperada carrera por la fuga. José Argenis Sánchez, su nombre verdadero, logró evadir el peligro tirándose por una ventana que daba a las zonas internas de reclusión del penal Los Flores de Catia, en el oeste de la ciudad de Caracas.

Era 27 de noviembre de 1992, los reclusos de Los Flores hacían un apuesta por levantarse y escapar a la calle, aprovechando que las fuerzas restantes del movimiento MBR 200 intentaban completar un golpe de estado para derrocar al entonces presidente de la República de Venezuela Carlos Andrés Pérez, frustrado el 4 de febrero de ese mismo año y que finalizó con rendición y captura del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías.

A horas tempranas los presos conocían la situación política y militar del país y empezaban a alborotar: “¡Esto cambió, el poder cambió, vámonos para la calle! El jefe del régimen de los Flores les dijo entonces que si efectivamente había cambiado el poder, los iba a dejar salir libres. El efecto fue opuesto al esperado, antes de aplacar los ánimos éstos bulleron, “empezamos a romper candados como locos”, recuerda José Argenis Sánchez.

José Argenis no olvidará cómo en la corrida de una estampida de presos que salían por una puerta interna, un muchacho que iba delante de él disparó contra un vigilante en una garita, con el efecto de que la escopeta del guardia cayó hacia la zona de los reclusos. Los otros vigilantes se percataron de que el arma fue tomada por los amotinados y dejaron desiertos sus puestos de control.

No pasó mucho tiempo sin que llegaran contingentes de la Policía Metropolitana y de la Guardia Nacional con la tarea de arrasar con la situación. Es cuando los militares irrumpen por la puerta principal disparando con armas de guerra, que José Argenis corre y se lanza por una ventana que da a una zona anterior destinada a los prisioneros. Para salvarse se ocultó entre los cuerpos y la sangre de los muertos, al tiempo que los efectivos entraban y seguían disparando, unos presidiarios corrían gritando, otros cantaban el himno nacional.




Ecosistema penitenciario y amistades peligrosas

El penal de Los Flores recibía a todo el que llegaba con el siguiente slogan escrito en el patio central: “Bienvenido a la isla de la fantasía donde todas tus pesadillas se hacen realidad”. Era la primera vez que José Argenis entraba en prisión, a causa de un proceso legal que lo acusó de cuatro asesinatos y que terminaría por condenarlo a 25 años y cinco meses, al comprobar dos de ellos. A partir de allí empezó a contar una a una las veces que salvó la vida, donde a través de pagos de droga y joyas, fueron contratados sicarios por enemigos de la calle. Al paso de cada atentado, superando cada amenaza, fue como Argenis fue sintiendo la protección de una entidad superior, a la que luego de un tiempo terminó por reconocer como Dios.

Cuando finalmente lo encuentran en medio de los escombros del motín del 27 de noviembre de 1992, lo preparan para trasladarlo a San Juan de los Morros. Una condena puede transmitir la falsa idea de que los presos permanecen recluidos en un sólo lugar, pero al contrario, se producen migraciones internas dentro del sistema penitenciario, por múltiples causas, pero siendo las principales, que hay cárceles para pagar condena y otras para personas en proceso de ser acusadas.

El otro causante es que de ser muy conflictivo el comportamiento de algún procesado, los directores de las prisiones procurarán trasladarlo, si cuentan con la venia del director general de prisiones. En la historia de José Argenis, luego de los eventos en el penal de Los Flores, es castigao y pasado a la cárcel de San Juan de los Morros. Con el traslado es despojado de la seguridad que emanaba del territorio conocido. Llevado de un lado para otro, José Argenis conservaba dos certezas apretujadas en su abdomen: la existencia de un dios que lo protegía y la terca voluntad de abandonar el malandraje.

En San Juan de los Morros José Argenis conoce a los también llamados cristianos o evangélicos y en ese contacto se hace Pastor, un sobre nombre que además lo marcará por seguidores y conocidos. Su travesía no termina y lo pasan al retén de La Planta. Allí explota un nuevo motín y aunque José Argenis afirma que era pastor consagrado, estaba bastante rayao para que lo cambiaran a El Rodeo. Durante esta larga travesía, de un recluso que lucha desesperadamente por conservar su vida en 1992, José Argenis pasará a ser un pastor evangélico con la faena concienzuda de salvavidas de otros.

Al paso de los traslados del sistema penitenciario, los presos van construyendo un amplio repertorio de relaciones que pueden ser amistosas y solidarias, de acuerdo a la filiación de la banda de pertenencia que se va estableciendo en la cárcel. La banda es la creación final de esta dinámica para sobrevivir violentamente en la cárcel, por eso las identidades de las pandillas también comprenden un nutrido cúmulo de pleitos, cuentas pendientes y de enemigos.

Si de alguien sabe de geografía es un presidiario. Por ejemplo, si a un director de prisión se le ocurre firmar una orden para trasladar a un recluso, que forma parte de la pandilla X, a un pabellón en otro penal dominado por la pandilla Y, lo más seguro es que la Y devore a la X. Por eso un convicto sabe donde no deben meterlo, una información irrelevante para las políticas del Estado. Así le ocurrió a Hugo Ruiz, miembro de Liberados en Marcha, una asociación civil para la asistencia de ex presidiarios que actualmente encabeza José Argenis. Hugo fue llevado a El Rodeo por mala conducta, formando parte de Barrio Chino, 17 miembros de la banda fueron eliminados a causa de la mudanza.

Por lo tanto, traslados y estructura física de las prisiones confabulan por su parte contra la vida de los presos. En el caso de José Argenis, El Rodeo consistía, y así se mantiene, en una torre de cuatro pisos que desde arriba tiene forma de cruz. El segmento más corto de la cruz es el espacio por donde suben y bajan las escaleras. El resto de los tres espacios son pabellones para las celdas que son identificadas con las letras A, B y C para cada piso. Según José Argenis cada espacio contaba con una capacidad de 70 personas, pero se llegó a confinar 160 personas.

Anthony Cedeño, también compañero de José Argenis en Liberados en Marcha, cuenta que los 90`s fueron una de las épocas más violentas en El Rodeo, porque los presidiarios tornaron las letras de los pabellones en nombres de bandas: “En el piso 4 estábamos los cristianos y también estaban los Macacos, en el 3 estaba la Corte Negra, en el 2 estaba Barrio Chino, en el 1 estaba parte de Barrio Chino y otro que lo llamaban los Cazafantasmas”, así describe José Argenis geografía de la cárcel.

Además de la identidad de banda, la mejor carta de presentación del encarcelado es su prontuario, que puede ser ensanchado provechosamente en reclusión, acumulando asesinatos, estableciendo relaciones de poder, demostrando que la fuerza verdadera dentro de la prisión es su voluntad. Esta es la fama del hombre serio: “muchos cayeron en la cárcel sin nada, pero salían con casa, vehículos y mujeres”, así lo cuenta Hugo Ruiz, que pasó de ser cerebro de Barrio Chino a miembro de los cristianos.

En base a esta lógica, se establece casi una guerra permanente como la relación primordial entre los convictos, y en este sentido se genera una suerte de espíritu de cuerpo. Un presidiario recién salido, puede ser bien recibido en los barrios con quienes compartió en la prisión y tener reservado el puesto de cabecilla para las fechorías más importantes como asaltos a bancos.

A este repertorio de grupos se suma la del grupo de los cristianos, que para los desprovistos del padrinazgo de las bandas se convierte en un espacio de estratégico para el resguardo de la vida. José Argenis afirma que del flujo de personas que se suscriben al entorno evangélico dentro de la prisión, un 40% lo realiza por razones genuinamente espirituales.

Por la boca muere y vive el preso
La muerte era puntual con la hora del desayuno en el Rodeo. Los recién llegados que no tenían filiación a ninguna banda, estaban en una condición de vulnerabilidad, según José Argenis, pues a la hora de la primera comida del día, el nuevo podía escoger entre seguir pasando hambre o intentar bajar, dirigirse al comedor y morir. De volver con éxito, el suicida procuraría estirar su suerte para que el hambre tardara lo más posible en volver.

En estas condiciones, si por la comida muchos murieron, por la comida muchos se salvarían, pues los cristianos iniciaron, a la cabeza de José Argenis, una labor de legitimación entre los grupos, que sembraría condiciones inauditas para un pacto de no agresión entre bandas. En junio de 1995 la banda del Barrio Chino había pedido a los cristianos que les buscaran comida, pues sus miembros no podían ni bajar ni subir en el edificio. Una solicitud de este tipo podía costarle la vida al Pastor y a sus discípulos, pues más que un favor, el apoyo podía interpretarse por parte del resto de las bandas como una complicidad y aliarse en la cárcel es hacerse de amigos y de enemigos.

El grupo evangélico había decidido por vocación religiosa, asumir un rol mediador dentro de la cárcel y José Argenis, como religioso, aprendió a ser un buen equilibrista y dijo a Barrio Chino: “Si yo voy a buscar comida te voy a traer a ti, les voy a traer a los Macacos, les voy a traer a Corte Negra y les voy a traer a los otros”. “No podía tener excepción de personas – argumenta José Argenis - porque si le llevaba nada más a Barrio Chino entonces los Macacos iban a decir: ‘tu estás con ellos, ¿tu no eres cristiano? ’ Eso podía ser una debilidad”.

Debilidad implica para cualquier recluso, una angustia permanente, como algo a ser ocultado, debido a que en todo momento el presidiario es observado, no tanto por los guardias sino por los otros condenados. Es una tensión constante por encontrar el talón de Aquiles del susodicho, bien sea porque estabas hablando con este o con aquél o por cualquier cosa. Al final se vive en un estado de permanente paranoia y es poco lo que puede servir como salvoconducto: “El respeto tu tienes que ganártelo, porque en la prisión si tu demuestras debilidad, pierdes”, explica José Argenis.

Los cristianos de El Rodeo tuvieron que ganarse el respeto con sangre cuando en una ocasión, la banda del Barrio Chino sacó de su pabellón a un muchacho que había matado a unos líderes de la banda de los Macacos. Llamaban al joven Colmillo, su grupo no tenían donde meterlo y lo llevaron al pabellón 4-C que era donde estaba pastoreando José Argenis.

“Bueno usted imagínese lo que es matar al líder de una banda y que le caiga en las manos quien mató al líder de ellos (los Macacos), porque ellos veían la iglesia como algo débil. - cuenta Anthony Cedeño - Un día de visita, ellos buscaron meterse dentro de nuestra letra. Nosotros teníamos al muchacho ubicado atrás en la última habitación y todas las puertas las abrimos y pusimos unas atalayas en cada puerta. El pastor, mi persona y muchos hermanos nos pusimos en frente, pero los Macacos se metieron para dentro. Comenzaron a lanzarnos puñaladas y a saltar por encima de nosotros”.

“Hubo uno que llegó donde estaba el muchacho – continua Cedeño – y casi lo apuñalea. Llegó el pastor, se pegó detrás de él y lo agarró y lo sacó de una manera que yo no sé. Los Macacos retrocedieron y después los veías como hambrientos, estaban como molestos, ‘Pastor, usted va a ver’, finalmente se calmaron y se fueron. Colmillo quedó todo tembloroso, después el pastor ordenó: ‘no se quiten de las puertas’, y no nos quitamos hasta que las cerraron.”

Advenimiento de la paz
José Argenis hace lucir fácil la gestación de la paz entre las pandillas que gobernaron El Rodeo en sus días, porque la cuenta a partir de su fe. En frío, su narración arroja variados elementos que van conformando estratégicamente las condiciones para un pacto de no agresión y que seguramente despertaría envidias en más de un mediador frustrado del conflicto colombiano.

Empezando por la resemantización de los nombres de los convictos, cuya variedad hablaba de un zoológico metido en un penal: “En El Rodeo tu preguntabas cómo te llamas y este decía ‘Yo soy el Báquiro’. Eso parecía una selva porque también estaban el Zamuro, el Caimán, el Rabipelao… Por eso es que nosotros le preguntábamos ‘No, no, no, dime cuál es tu nombre real, - José Manuel’, entonces los llamábamos por su nombre.

El interés de los cristianos por calmar las cosas no era sólo un brote filantrópico, pues continuamente eran abofeteados por una realidad llamada interdependencia. Lo que le pasaba a una parte afectaba al resto: “Cuando las bandas mataban, - evoca José Argenis - la Guardia Nacional entraba con bombas lacrimógenas, dando plana y chopazo a diestra y siniestra, ellos no estaban viendo quiénes eran evangélicos y quiénes eran inconversos”.

Intentos infructuosos de conversaciones entre bandas para detener la violencia se habían sucedido sin éxito porque a menudo se rompían las palabras dadas, traiciones que se alimentaban por cuentas pendientes entre los presidiarios, revela José Argenis: “No es fácil para ti dar una palabra cuando de repente te han matado a un hermano en esa guerra. Tú eras jefe de banda y venir a decir ‘yo voy a respetar el acuerdo’, pero ¿quién conocía tu mente y tu corazón cuando estabas lleno de odio?”.

La espiral del ojo por ojo se habría perpetuado de no ser porque José Argenis y su grupo cayeron en cuenta de que quienes participaban en las conversaciones, eran emisarios y no los auténticos líderes, los verdaderos agentes decisores de las actividades de las bandas. “Te trasladabas a un piso, hablabas con uno, recogías su respuesta ‘no quiero problema, si vamos a hablar entonces que hablemos’, entonces íbamos al otro y al otro hasta que de verdad salieron y pudimos comprometer a los jefes de bandas de cada grupo. Hablaron y se estrecharon la mano como diciendo ‘bueno vamos a parar esto’ ”.

El convenio de no agresión se logró en tres conversaciones y Anthony Cedeño nos cuenta sobre la única y la más crítica materia tratada allí: “Se hablaba de un desplace, eso significa caminar libremente, poder agarrar y salir de tu letra. El pastor preguntaba ‘¿Nos vamos a poner más presos de lo que estamos?’ ”.

Vino a acontecer una especie de reacción en cadena, cuenta Anthony Cedeño: “Recuerdo en uno de estos parlamentos, que se llegó a un acuerdo donde sólo se pasaría libremente los días de visita, los miércoles y los domingos. Pero como los presos se sintieron que pudieron aprovechar el espacio, se levantaron contra las autoridades diciendo ‘¡Queremos que dejen las puertas abiertas todos los días, ya no tenemos problemas con éste, no queremos estar más presos!’. Las puertas empezaron a durar abiertas las 24 horas”.

La paz no acabó por completo, brotaban resquicios de violencia, los líderes de pandilla al afiliarse al grupo evangélico hicieron que la banda se desactivara como unidad organizativa, fuente de agresiones, pues habían servido para amplificar las rencillas personales. No obstante, los medios para resolver las culebras o disputas remanentes fueron menos cruentos: “Si alguno había matado a un familiar en la calle, los duelistas llegaban y se entraban a chuzo (arma blanca), no era que se caían a tiros sino que se cuadraban hasta que se cortara el primero y así se paraba la pelea.”



La duda ante la violencia
El otro cambio que hizo duradera la paz, fue gracias al mismo relato de vida de José Argenis y otros que como Hugo y Anthony, decidieron romper con el apego a la violencia y así lograron convencer a los cabecillas para que también se hicieran conversos a la fe evangélica.

El poder de su testimonio se funda en los años infames de José Argenis como criminal precoz, por la compra de un revólver a los quince años. “Yo estaba parado en una esquina por mi casa, había una banda de mayores de edad, un chamo cogió su pistola y me la quiso vaciar en la rodilla… pero se le quedó trabada y yo salí corriendo. Fue cuando compré un revolver por 1500 Bs. y se me malogró la vida – confiesa José Argenis –. Un día me topé con el chamo que me quiso disparar, estaba drogado, le pregunté ‘¿No me reconoces?’ Le metí un tiro en la barriga y murió. Luego me entero que era hijo de un petejota. Caigo preso. Me llevan a una celda que tienen en la PTJ y al papá le dan un chance para caerme a golpes. Cuando me ve dice ‘¡Por qué te dejaste agarrar, ya te tenía cazao! ’ ”.

Con este peso a cuestas José Argenis, se acercaba como pastor a los líderes para predicar el verbo vivo de su experiencia: “Nosotros les predicábamos la palabra, pero la palabra iba con hechos, o sea, mi cambio. Ellos decían ‘lo conocí, era un asesino, era un jefe de banda, ahora sus enemigos son sus amigos’ ”. Era cuando la duda entraba en las mentes de los cabecillas: “¡Si ese hombre le dio un tiro en la barriga a aquél, le agarraron tantos puntos, lo puso a hacer pupú en bolsa, y ahora ése hombre no le hace daño! Tiene que haber algo…” cuenta José Argenis.

Uno tras otro los jefes fueron cediendo ante la persuasión del pastor, engrosando las filas de los conversos, nombres como Jason Castillo, Clay Matute Pupilo, Salserín que es Orlando Gallardo, Franklin Rojas y Gilbert Luna se incorporaron. A este paso la comunidad evangélica fue creciendo febrilmente, de ser primero 200, pasaron a 600 y continuó luego del pacto de paz, casi toda la torre se hizo cristiana: “La iglesia llegó a tener 900 personas, en El Rodeo llegó a haber un solo revolver y estaba dañado” afirma José Argenis.

Físicos cuánticos y reclusos
Si alguien conoce de la relatividad del tiempo, sus ensanchamientos y encogimientos, son los físicos cuánticos y los presidiarios. Hoy en día, José Argenis como hombre semi libre, pues goza del beneficio de presentaciones regulares ante el juzgado, hace vida en comunidad y en la pequeña escala de la cotidianidad participa de la asociación civil Liberados en Marcha, que en el barrio El Milagro de Guatire, ha levantado un centro de recepción para ex convictos, con el fin de rescatarlos de la indigencia.

Con la colaboración del Observatorio de Prisiones, Acción Solidaria y del Municipio Chacao, Liberados en Marcha finalizó en diciembre la construcción del centro de atención, que para la fecha ha recuperado a 35 personas. Los martes, jueves y domingos el grupo hace visitas a las prisiones de El Recreo I y II, continuando con la vocación de atender a la población penitenciaria. Comúnmente José Argenis entre las oraciones de la mañana y la tarde, pasa el día atendiendo las necesidades del barrio por celular. No deja pasar ningún un aventón a Caracas para retomar diligencias inconclusas y lidiar con una terca burocracia que se empeña en dejar para la semana entrante los pagos de donaciones pendientes. Semanalmente, el pastor por una mano se va aferrando al teléfono y a las mínimas posibilidades que cualquier contacto personal puede ofrecer para la continuidad de su proyecto, y por la otra mano se sujeta a las condiciones precarias de una existencia sustentada en la fe. Más de uno habrá recibido su llamada: “Dios te bendiga, no te pierdas, no te olvides de nosotros”.